![]() |
Con el fuerte viento, las hojas se volaron y una asistente era necesaria para
ver el PowerPoint tradicional de Luis García Tojar.
Foto: Aida García Vega
|
Miércoles, 28 de noviembre, la una de la tarde. Estamos en la facultad, buscando el camino más rápido para llegar a la clase de sociología. En Metro - un no-lugar, como íbamos a aprender en la clase - hacia Avenida de América, y entonces en la línea nueve hasta Príncipe de Vergara. Caminando estaremos en el Retiro en cinco minutos. Allí van a dar la clase: la Universidad Complutense de Madrid sacó a la calle a más de cien profesores este día, en protesta a los recortes y a favor de la universidad pública. Aquí os voy a contar cómo se diferencia una clase en la calle de una clase en un aula con calefacción.
Como estamos a finales de noviembre, una diferencia importante es el frío, pero ya volveremos a eso.
Llegamos al Paseo de los Coches y parece que solo hemos venido tres personas. Pero eso iba a cambiar a lo largo de la clase, y al final íbamos a ser alrededor de treinta personas, de los cuáles algunos se habían perdido en el Parque o en el Metro, otros habían venido al Retiro a pasear y nos habían visto, y al final también llegaron unos cuantos estudiantes de medicina que estaban esperando la próxima clase, sobre neuronas.
Nuestra clase trata de los conceptos lugar y no-lugares, siendo los lugares los centros de reunión ciudadanas antiguamente dotada de sentido, histórico y social. Los no-lugares son sitios calificados así por antropólogos por su hostilidad arquitectónica y su falta de sentido. En estos no-lugares el individuo es mero consumidor, como en los centros comerciales, o transeúntes como en el Metro o en los aeropuertos. En estos sitios el individuo se ve obligado a comportarse de una determinada forma de acuerdo al rol -consumidor, transeúnte - que ocupa en estos lugares, en vez de poder ser él mismo.
Para llenar este vacío de sentido, en los no-lugares se desarrollan mecanismos para sobreestimular nuestros sentidos, como música, luces, etc.
Además, son sitios donde se demuestra el poder, por ejemplo en forma del agente de seguridad uniformado, o de los simples empleados que llevan el uniforme para identificarse como empleado de cierta institución.
Aunque estamos temblando de frío nos aguantamos hasta el final de la clase, combatiendo el frío con guantes y gorros, saltando en el sitio, por ejemplo. Motivación es que en el mismo Retiro podemos contemplar ciertas ideas, o traerlas a la mente del viaje en Metro. Además, el frío que pasamos en la calle nos hace agradecer la calefacción que tenemos en nuestras aulas, aunque éstas están acompañados de goteros y otros fallos. En fin, esperemos que las cosas no vayan a peor.
Pero el tiempo preparó otras dificultades. Con el fuerte viento las hojas en la pizarra se vuelan, y de la presentación en papel -¡qué tradicionales!- ni hablar. Así que al final una alumna se ofrece para ayudar con la presentación.
Sin embargo, las clases al aire libre son agradables. Gente pasea y mira, se interesan, preguntan por qué estamos aquí, nadie juega en su ordenador y se pasa la clase hablando. Todos los que estamos, estamos por que nos interesa esto. También interesamos a la policía, al principio de la clase vienen dos agentes a preguntar si de verdad somos los de la universidad.
Al fin y al cabo, las clases al aire libre generan muchas dificultades técnicas, pero al mismo tiempo son más agradables que las en la facultad. Se puede aprender mucho, y de otra forma al aire libre. Sin embargo, no es válido establecer este sistema a largo plazo y por eso es necesario que se mantenga la universidad pública.
De todas formas, espero que se repita la jornada. El profesor, Luis García Tojar, nos dijo que estaban planeando otra jornada en febrero. Espero que también la repitan en verano, entonces podremos sentarnos en el cesped del Retiro y hacer picnic sin miedo a congelarnos los dedos.
Llegamos al Paseo de los Coches y parece que solo hemos venido tres personas. Pero eso iba a cambiar a lo largo de la clase, y al final íbamos a ser alrededor de treinta personas, de los cuáles algunos se habían perdido en el Parque o en el Metro, otros habían venido al Retiro a pasear y nos habían visto, y al final también llegaron unos cuantos estudiantes de medicina que estaban esperando la próxima clase, sobre neuronas.
Nuestra clase trata de los conceptos lugar y no-lugares, siendo los lugares los centros de reunión ciudadanas antiguamente dotada de sentido, histórico y social. Los no-lugares son sitios calificados así por antropólogos por su hostilidad arquitectónica y su falta de sentido. En estos no-lugares el individuo es mero consumidor, como en los centros comerciales, o transeúntes como en el Metro o en los aeropuertos. En estos sitios el individuo se ve obligado a comportarse de una determinada forma de acuerdo al rol -consumidor, transeúnte - que ocupa en estos lugares, en vez de poder ser él mismo.
Para llenar este vacío de sentido, en los no-lugares se desarrollan mecanismos para sobreestimular nuestros sentidos, como música, luces, etc.
Además, son sitios donde se demuestra el poder, por ejemplo en forma del agente de seguridad uniformado, o de los simples empleados que llevan el uniforme para identificarse como empleado de cierta institución.
Aunque estamos temblando de frío nos aguantamos hasta el final de la clase, combatiendo el frío con guantes y gorros, saltando en el sitio, por ejemplo. Motivación es que en el mismo Retiro podemos contemplar ciertas ideas, o traerlas a la mente del viaje en Metro. Además, el frío que pasamos en la calle nos hace agradecer la calefacción que tenemos en nuestras aulas, aunque éstas están acompañados de goteros y otros fallos. En fin, esperemos que las cosas no vayan a peor.
Pero el tiempo preparó otras dificultades. Con el fuerte viento las hojas en la pizarra se vuelan, y de la presentación en papel -¡qué tradicionales!- ni hablar. Así que al final una alumna se ofrece para ayudar con la presentación.
Sin embargo, las clases al aire libre son agradables. Gente pasea y mira, se interesan, preguntan por qué estamos aquí, nadie juega en su ordenador y se pasa la clase hablando. Todos los que estamos, estamos por que nos interesa esto. También interesamos a la policía, al principio de la clase vienen dos agentes a preguntar si de verdad somos los de la universidad.
Al fin y al cabo, las clases al aire libre generan muchas dificultades técnicas, pero al mismo tiempo son más agradables que las en la facultad. Se puede aprender mucho, y de otra forma al aire libre. Sin embargo, no es válido establecer este sistema a largo plazo y por eso es necesario que se mantenga la universidad pública.
De todas formas, espero que se repita la jornada. El profesor, Luis García Tojar, nos dijo que estaban planeando otra jornada en febrero. Espero que también la repitan en verano, entonces podremos sentarnos en el cesped del Retiro y hacer picnic sin miedo a congelarnos los dedos.